mi visión de la montaña

Subir montañas es la osadía convertida en humildad, bajarlas es la osadía convertida en gratitud

jueves, 30 de marzo de 2017

Lyngen (Noruega)

Desde mi primera visita a Noruega en un viaje precioso, primero por la zona de grandes fiordos y después por las paradisíacas islas de Lofoten, sabía que iba a regresar a este bello país que engancha...pero que esa próxima vez tenía claro que iba a ser en invierno...
La idea surgió hace tiempo cuando llegó a nuestros oídos las maravillas de un lugar muy al norte donde hay unos Alpes que parece que emergen del mar y las esquiadas en nieve polvo son antológicas...No en vano, sin saberlo todavía eran las mismas montañas que había visto desde el avión poco antes de aterrizar en Lofototen, llamándome la atención aquellos picachos rodeados de glaciares que casi llegaban al mar. 
El año pasado no se nos arregló, pero éste a pesar de que acabamos yendo sólo tres, no nos lo pensamos mucho y menos viendo que no tuvimos apenas invierno por nuestras montañas, por lo que tomando el viaje como avanzadilla o toma de contacto para futuras visitas nos fuimos Alberto, Patri y yo, planeando múltiples opciones que como siempre cuando llegas allí "in situ" dichas opciones van mutando en función de varios factores.
Para llegar al paralelo casi 70º, que suena muy, muy al norte...(y realmente lo es puesto que está muy por encima del Círculo Polar Ártico), tuvimos que meternos un largo viaje que salvo en tren hay que usar todo tipo medio de transporte. De noche salimos de Oviedo en coche hasta Bilbao para comenzar el periplo de escalas, primero volando hacia Frankfurt, después a Oslo y por último a Tromsø, capital de esta región ártica entre fiordos y perteneciente a la Laponia.


Aterrizamos en Tromsø a las 3 de la tarde con buen tiempo y viento sur que por estos lares es de todo menos caliente ni templado...Mientras esperábamos a nuestra casera que nos recogiera para darnos la furgo que también le habíamos alquilado, no parábamos de escudriñar el horizonte de blancas montañas que rodean a la ciudad. Por fin apareció Ann, con una furgoneta al más estilo "flower power" que pegaba perfectamente con el carácter "hippie" de la dueña la cual muy simpática nos iba diciendo todo lo que necesitábamos saber de la casa (también muy "hippie" por supuesto), la forma de llegar y de paso también algunos buenos consejos sobre las carreteras y la precaución para moverse por estas montañas ya que esa semana se había sumado un esquiador alemán al goteo de víctimas mortales por avalanchas...


Nos quedaban casi 100 km por delante hasta llegar a nuestra casa, dirección a Lyngseidet que es el pueblo más importante de la península de los Alpes de  Lyngen. Para atajar es necesario coger un ferry a mitad de camino, lo cual nos viene muy bien para admirar esta cordillera por su vertiente oeste, despuntando picachos repletos de merengue por todas partes.


Ya montados en el ferry, a pesar del frío que ya era importante en cubierta a esa hora de la tarde, imperdonable no salir a contemplar estos paisajes tan espectaculares que tantas ganas tenía de ver de nuevo pero en tiempo invernal.


Aguantamos lo que pudimos para las fotos y pocos más porque la brisa ártica al oscurecer no daba tregua a todo lo que le quedara a uno al aire. 



Pocos minutos después desembarcábamos y por una carretera limpia de nieve llegamos a Lyngseidet, todavía con las últimas luces puesto que el lento oscurecer fue la primera cosa que notamos de estar a éstas latitudes. Desde allí tras 13 km y alguno más de propina, por carretera o más bien por una especie de pista de ski balizada para coches encontramos por fin la ubicación de la casa. Para entonces ya era de noche y poco podíamos ver salvo que estábamos frente al mar. 

A la mañana siguiente nos dimos cuenta de otra cosa, porque si bien en estas montañas no hace falta la aclimatación a la altitud, si hace falta a la latitud...puesto que convencido que mi móvil marcaba erróneamente por falta de cobertura las 4:40 am, así se presentaba lo que veía desde mi habitación. Los tres nos levantamos casi a la vez azotados creyendo que serían por lo menos las 7, y una vez sabido que la hora era la correcta, acordamos dormir algo más que no era plan salir de "madrugada"...aunque la perspectiva de buen tiempo nos hizo levantarnos a las 6, no vaya ser que aguante el día y nosotros en casa todavía. Mientras desayunábamos no parábamos de alucinar mirando por la ventana al contemplar en frente un enorme fiordo rodeado de montañas y glaciares...





...y así dábamos comienzo a nuestras jornadas de ski de montaña por estas remotas montañas:
Pero también hubo tiempo para el turismo...como visitar el puebín de Lyngseidet, nuestro punto de abastecimiento y contacto con la civilización... 




...y cómo no!, para pararse a contemplar paisajes de postal durante los trayectos de vuelta a casa que no cansaba uno de ver una y otra vez...
También pudimos ver las ansiadas auroras boreales, si bien no tan luminosas como creíamos, más bien de forma muy tenue aunque con algún momento en que sí vimos esas cortinas veladas verdes tan bellas en medio de un espectacular cielo estrellado.



A mitad de nuestra semana ya necesitados de un día de descanso, nos vino muy bien el pronóstico de mal tiempo para ese día optando por ir a visitar la capital Tromsø. Viajamos rodeando esta vez toda la península, lo que suponen casi 150 km y más de  2 horas y media por carreteras de todo tipo pero con unos paisajes espectaculares. Durante el camino confirmé lo que el segundo día de actividad sospechaba al ver el potencial de escaladas en hielo que tiene la zona. Valga como ejemplo este fantástico xelódromo de varios centenares de metros de ancho al pie mismo de la carretera principal...Qué pena no tener allí el equipo para pinchar!




Tromsø está en una isla unida a tierra por un espectacular puente. La ciudad es acogedora, a pesar del día tristón donde a lo que llaman lluvia es en realidad nieve húmeda ya que no dejó de nevar de forma intermitente todo el día. Visitamos un museo de cultura Lapona y después de comer unos bocatas en el único sitio abierto a esas horas nos dimos un paseo por el puerto. También paramos al otro lado yendo a ver la denominada Catedral del Ártico. Una iglesia de construcción moderna con buen estilo, al igual que la mayoría de las edificaciones de la ciudad.


Y vuelta para nuestra casina allá perdida donde acababa la carretera del Este de la península Lyngen, con la desagradable sorpresa de que el paso interior para coger el ferry estaba cerrado por la nieve, así que tocó de nuevo rodear, lo que supuso otro rally blanco que me volvía a traer recuerdos de mis peripecias con la conducción sobre nieve y hielo durante aquellos dos inviernos por los Alpes alemanes. La meteorología había empeorado como se preveía nevando intensamente sobre todo en la zona del istmo de la península. Increíble lo que cambiaba el asunto cuando te metías algo para el interior y subías unos pocos metros porque arreciaba la nevada y enfriaba al mismo tiempo. No sin dificultad en algunos tramos, llegamos sin novedad a nuestro destino gracias a las ruedas con clavos que van de maravilla y también a los palos naranjas que marcan los extremos de la carretera porque sin ellos acabaría uno rodando en el fiordo.


Pero todo eso no fue nada comparado  a los tres días siguientes en el que el tiempo tal y como habían anunciado no iba a dar tregua, nevando prácticamente sin parar día y noche hasta el mismo día de marchar de vuelta a casa. Tal de fea se estaba poniendo la situación que tuvimos que adelantar la vuelta a Tromsø un día ya que con el vuelo a las 6:00 am, nos obligaría a conducir de noche por esas carreteras y con el temporal de nieve que estaba cayendo sería poco menos que un suicidio. A pesar de salir por la mañana con el tiempo tranquilo e incluso con algo de sol...Lo que nos permitió despedirnos de aquellos maravillosos paisajes e incluso poder ver a un alce cruzar la carretera, no tardó en oscurecerse de nuevo el cielo para ponerse a nevar ferozmente.


Por supuesto, tal y como nos temíamos, el paso por el interior estaba cerrado. Con la carretera completamente blanca y una capa de polvo creciente que las máquinas apenas daban a basto para limpiar tantos km, me aferré a la estela de un camión-tráiler que iba increíblemente a toda leche y yo detrás intentando que no se me escapara, porque ayudaba y mucho a leer la carretera, sin contar el cruce con otros camiones que arrastraban enormes nubes de polvo blanco que te cegaban durante un par de segundos.
Hay que decir que circular a 60-70 km/h e incluso a 90 km/h en algunas zonas me subió más la adrenalina incluso que lo esquiado por aquellas polvaredas...
Empezamos a pensar que aún siendo allí el temporal debía ser serio, puesto que los coches circulaban despacio, con alguno incluso salido de la carretera y otros que paraban en la supuesta cuneta porque se veía tan poco como cuando esquías sin relieve alguno. Así más de 100 eternos km hasta que cerca de la ciudad volvió la noche y a nevar con tanta intensidad que se congelaron los limpiaparabrisas obligándome a parar y limpiar el hielo y la nieve pegados en los mismos porque no limpiaban nada en absoluto.
En fin, después de esta odisea llegamos por fin a Tromsø aliviados, con un sol tan reluciente como sorprendente y una fenomenal nevada en la ciudad con unos 70 cm nuevos respecto al otro día. 
Nos dirigimos al camping donde habíamos reservado una cabaña para pasar la noche. El camping también merece mención a parte por el lujo de sus instalaciones comunes...nada que ver con cualquier otro que haya visto y son unos cuantos ya...


Después de instalarnos y como era temprano todavía, teníamos intención de aprovechar la jornada con la última ruta que finalmente tras preguntar nos aconsejaron la zona de Kroken muy cerca de allí y segura puesto que el nivel de aludes seguía en 4. Acabada la jornada de ski la tarde quedó muy guapa y pudimos ver la ciudad reluciente bajo el sol.


No así al día siguiente antes de las 6 de la mañana en el aeropuerto que se presentaba de esta guisa tras una noche otra vez nevando...Con una buena capa de nieve fresca, -5Cº y nevando guapamente nos subimos al avión que circulaba por lo que debían ser las pistas de acceso al despegue pero viendo el percal, tuvimos que esperar a que nos limpiaran el avión de hielo y nieve, dando la sensación de estar en uno de esos aeropuertos privados de alguna explotación petrolífera allá perdida en el norte del Canadá o Alaska.

Por fin despegamos e iniciamos el largo y tedioso regreso con sus escalas, esperas, etc,..pasando del más cerrado invierno, a la  primavera por el centro de Europa y a pleno verano en Bilbao con la friolera de 26Cº a las 6 de la tarde...Después en coche con el aire acondicionado puesto volvimos a la tierrina, cansados pero muy contentos. Y por mi parte con la misma sensación de la otra vez...la de estar seguro de que volveré...

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