mi visión de la montaña

Subir montañas es la osadía convertida en humildad, bajarlas es la osadía convertida en gratitud

jueves, 22 de mayo de 2014

promenades alpinas (Chamonix - Francia)

Cambiamos de pais pero no de montañas rumbo a otro lugar legendario de los Alpes como es el valle de Chamonix. Durante el trayecto en coche a través de los puertos de montaña que dan acceso al valle el paisaje no puede ser más alpino.



Lentamente descendemos admirando el panorama hasta nuestro nuevo campo base en un camping  al pie de los dos glaciares màs importantes que descienden del Mt. Blanc, principal y eficaz reclamo del camping.

Al día siguiente, un tiempo muy ventoso e inestable no echa abajo los planes de subir y esquiar alguna cumbre, por lo que después de pasear por la villa de Chamonix decidimos hacer una pequeña excursión que partiendo desde el mismo camping alcanza un mirador sobre el final del glaciar de Bossons.
Se trata de un bonito paseo de una hora aproximadamente bajo la imponente muralla del Aiguille du Midi atravesando un bosque mixto por una senda bastante pendiente ya que sube directa en dirección al glaciar. Sin embargo el desnivel a salvar no llega a los 400 m. por lo que no se hace nada pesado el ascenso. Alcanzamos el final de un telesilla y unos metros más arriba nos encontramos un coqueto bar-restaurante de madera colgado sobre el borde del cuenco glaciar con buenas vistas al valle y mucho mejores hacia el final de la lengua glaciar donde los seracs finales se desmoronan por el deshielo.




A poco que se observara se hacía patente el retroceso del glaciar y daba algo de pena aunque no por ello restaba la espectacularidad de este fenómeno de la naturaleza. Curiosamente en la misma terraza estaba colocado a modo de "escultura" el resto del tren de aterrizaje de un avión, que por lo visto había devuelto el glaciar recientemente y correspondía al trágico accidente de avión procedente de Bombay que se estrelló contra el Mt. Blanc hace más de 45 años.




Otro día más y el tiempo no acaba de mejorar, con el Föhn haciendo de la suyas (nieve y vientos de 140 km//h a 4.000 m.) y amenazando lluvia en el valle. Tras el habitual paseo matinal por Chamonix, antes de quedarnos en el camping sin hacer nada preferimos caminar. Elegimos otro mirador de glaciares, donde se puede observar el final de La Mer de Glace. Se trata de una pista que sube al principio paralela al trazado del tren cremallera que lleva a los turistas a un mirador superior.


La subida siempre por bosque de abetos y alerces sube en diagonal cogiendo altura con buenas vistas hacia la ladera de enfrente donde destacan los picos de las Aiguille Rouges. Una pena el mal tiempo porque finalmente apareció la lluvia. pero ya puestos seguimos que para eso somos de una tierra de lluvia y humedad.




Llegamos arriba donde hay una cabañina de madera que nos vino muy bien para comer atechados. Aunque la visibildad no era muy buena se podía ver bien el inmenso socavón producto de miles de años de erosión glaciar con multitud de cascadas precipitándose por sus laderas.


Allí nos encontramos con otro de esos personajes solitarios que me topé este invierno por los Alpes del Allgäu. Después de preguntarle en inglés de dónde venía con los esquís, me respondió en un correcto español sobre un lugar que no me sonaba pero que efectivamente tendría que ser una canal a medio camino de la Mer de Glace. En solitario por allá arriba y con un tiempo de perros....desde luego que esta gente de los Alpes es recia, sin contar que todos ellos siempre pasan de los 50 años y con un equipo de los años ochenta. Todo un ejemplo.




Acabamos de comer y tras despedirnos comenzamos el descenso puesto que el tiempo no daba señales de mejoría lloviendo intermitentemente. Primero por grandes llambrias de granito mojadas me recordaron a los paisajes de Noruega, pero lo que más me venía  a la mente eran los recuerdos de aquella odisea pendiente de contar, en pleno invierno y de noche totalmente agotados con un descenso casi suicida esquiando por la pista que lleva a Chamonix incluyendo el paso sobre el rail cremallera donde sin ganas ni fuerzas para frenar pase por encima con mis esquís saltando chispas y chirriando como el mismo tren....En fin, que tiempos aquellos.


Aquella noche llovió sin parar y amaneció un día bastante nublado aunque con apariencia de querer mejorar. Se notaba que arriba había caído una buena nevada hasta donde las nubes dejaban ver. De nuevo tocaba otro día de excursión a pie, y como por momentos mejoraba la mañana decidimos cambiar de ladera del valle y subir hacia el mirador de las Aiguilles Rouges, cuya senda pertenece a un tramo del famoso tour del Mt. Blanc. No habían pasado 15 minutos desde que habíamos comenzado la ruta y ya teníamos unas vistas de todo el macizo del Mt. Blanc y el valle de Chamonix impresionantes.

A partir de ese momento el recital de postales alpinas  fue un no parar...Nos parábamos cada dos por tres para fotografiar, incluyendo la fauna autóctona del lugar muy acostumbrada a la presencia humana.




Un verdadero espectáculo visual para el recuerdo con la suerte de poder contemplar este paisaje en todo su esplendor con la primavera despuntando en el valle y el invierno todavía asentado en las montañas.
Incluso con ventanas como ésta que me trasportaba por su gran parecido a la espectacular cresta que une el picu Los Cabrones con el Torrecerredo de mis queridos Picos de Europa.
Cada metro que ganábamos era directamente proporcional a la belleza del paisaje y sin prisa avanzábamos hasta llegar al pie de un gran farallón rocoso que nos reservaba una inesperada sorpresa....







Sin contar con ello resulta que había que subir por una pequeña ferrata que añadió diversión a la jornada. Aunque fácil si era bastante volada con el pueblo de Argentiere bajo nuestros pies.







Superados los muros, el sendero serpentea subiendo rápidamente hasta llegar hasta donde el terreno se allana al pie del circo de montañas de las Auiguilles Rouges. Después de casi 1000 m. de desnivel que subimos sin darnos cuenta,  a unos 2.200 m. alcanzamos este espectacular mirador.



Aprovechamos para comer una vez más ( y por suerte ya llevamos muchas) con unas vistas de lujo impagables.

Tuvimos tiempo para observar y fotografiar cada sector con detalle: Aiguille du Midi, La Mer de Glace, el glaciar de Argentiere, Los Drus, etc...Sólo el Mt. Blanc se resistía a desprenderse de las nubes.


No apetecía bajarse de allí, pero en previsón de un empeoramiento que al final llegó descendimos rápidamente no sin antes hacer alguna foto por el camino porque al igual que cuando subíamos a cada vuelta de la esquina había una postal...

Otra vez esa noche llovió de nuevo con ganas y por tanto más nieve arriba. Nuestros planes para el gastar el último cartucho del último día se fueron al traste de nuevo. Irónicamente aunque el día había amanecido regular, rápidamente despejó dejando ver todas las montañas por primera vez, pero si ya el día anterior el riesgo de avalanchas era moderado, ese día se pondría peor y mejor no arriesgar allá arriba...De hecho no vimos huellas más allá de la famosa cresta de Midi en toda la mañana a través de la webcam que tienen allí en la estación superior del teleférico. Incluso antes de marchar pude oir desde el camping el rugido de un alud sobre el glaciar de Bossons. Así que para no torturarnos más, emprendimos el camino de vuelta para dormir a las orillas del plácido lago Leman


Un cambio radical de paisaje para ayudarnos también a cambiar el chip del invierno al verano.


Al día siguiente acercaba a Carlos al aeropuerto de Ginebra donde cogería el vuelo a Barcelona y tras despedirnos hasta la próxima retomé el largo camino a casa después de cinco meses. Aunque paradógicamente el tiempo era casi veraniego en Francia, entrando en España llovía como si pareciera que la primavera estaba muy "verde" todavía, hasta que a última hora de la tarde y como no podía ser de otra manera al entrar a Asturias se me concedió una pequeña tregua para deleitarme con un precioso atardecer sobre la playa insignia de Llanes. Sentir de nuevo la humedad mientras veía el sol como se escondía sobre el horizonte del mar Cantábrico, me confirmaba que por fin ya estaba en casa.

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