Aunque al fin llegara la primera nevada importante de la temporada no fue suficiente como para cambiar de cabalgadura a nuestro pesar. Sin embargo, la ganas de pisar nieve aunque fuera sobre ruedas me empujó a repetir con alguna propina que otra el circuito entorno a la Peña San Justo. Alberto no la conocía y yo tenía curiosidad por probarla con ambiente invernal. Por tanto, nos fuimos de nuevo al puerto San Isidro pero esta vez hacia su vertiente leonesa, iniciando ruta desde el pueblo de Isoba (1380 m.). La mañana soleada pero con una buena xelá, nos dió guerra el hielo para ciclar sobre charcos como espejos en la parte inicial de la ruta que discurre en ligero descenso.
A nuestras espaldas la silueta imponente del Torres, no hace más que recordarnos sus estupendos y vortiginosos descensos de ski. Mirando al frente el panorama era bien diferente adentrándonos en un paisaje casi irreal petrificado por la escarcha.
El camino muy entretenido con pequeñas zonas trialeras y atravesando multitud de regatos, que sería la tónica del día...
Tras una leve subida alcanzamos el punto culmen de les foces del río Isoba, desde el cual hay un bonito mirador del río precipitándose con cascadas y grandes pozas. Desde este lugar el descenso se hace más acusado y el camino más técnico con partes en las cuales debido al deshielo era como rodar literalmente por el cauce de un arroyo, donde lo que primaba era mantenerse sobre la bici para no acabar "metiendo la pata en el agua".
Cuando por fin llegamos donde el agua había escogido un camino diferente al nuestro, el sendero mejoraba notablemente para desembocar en la pista que lleva al pueblo de Cofiñal. Sin embargo, antes nos desviaríamos para salir a la carretera (a la cota 1.195 m.) del puerto Las Señales. Sólo 400 m. más de carretera adelante, la abandonamos para tomar un desvío a la derecha y continuar por una pista ascendente sobre las estribaciones del Pico Lago.
La pista asciende con una pendiente moderada pero constante cogiendo altura poco a poco, alternando zonas boscosas con zonas despejadas que nos permitían divisar las montañas más conocidas del puerto San Isidro.
Con la lentitud que nos obligaba el firme pedregoso, se nos hizo largo alcanzar el punto donde se abría un pequeño mayáu con un cabaña y que significaba cambio de rumbo para subirse al lomo que desciende del Pico Lago.
Poco más arriba ya nos topábamos con la nieve que según las zonas nos obligó a posarnos de la bici debido a la mayor acumulación de la misma. Cuando la pendiente y el espesor aminoraron volvimos a la carga, permitiéndonos ascender más cómodos y disfrutando mejor del paisaje.
Situados por fin sobre el lomo de la montaña, todavía nos quedaban un par de buenos repechos que no hubo más remedio que hacerlos a pie hasta alcanzar el punto más elevado (1790 m.). Un gran sitio para parar a comer y de paso echar un vistazo a lo que teníamos por delante. Desde el flanqueo del Pico Lago para acabar en el alto del puerto Las Señales hasta el valle trasero de la Peña San Justo para cerrar el circuito en Isoba.
Hasta aquí había ido todo bien pero al avanzar siguiendo la pista prácticamente cubierta de nieve, llegamos a un punto donde inexplicablemente finalizaba y sin atisbo de continuidad. Estudiando la ruta el día anterior, el google Earth deja ver bien claro la conexión entre esta pista y la que desciende al puerto Las Señales.
Viendo la hora que era y lo que nos quedaba aún por recorrer, optamos por no "arriegar" y dimos la vuelta sobre nuestros pasos. A pesar del chasco, el largo descenso no estuvo nada mal, primero por nieve ( que me recordó a mis paseos invernales en bici por los montes del Allgäu alemán), después mixto y acabando por la pista hasta llegar de nuevo a la carretera. Un kilómetro escaso más arriba, volvíamos a desviarnos a mano izquierda para encarar la última subida del día por el sombrío y helador valle del arroyo de Pizón.
Mirando hacia atrás, viendo de donde veníamos, echamos de menos el sol ya que la larga travesía por esta vertiente del valle bajo la implacable sombra de la Peña San Justo, se nos hizo eterna y penosa, más si cabe porque llevábamos ya los pies mojados por caminar sobre la nieve y ahora se nos estaban quedando tiesos de frío...
Por si fuera poco, la nieve al internarnos en el lúgubre bosque iba a más, obligándonos de nuevo a pisarla con nuestros sufridos pies.
Menos mal que al alcanzar la cabecera del valle, un par de zetas nos devolvían a la vida, saliendo a la collada Molia (1510 m.) de nuevo bajo los reconfortantes rayos del sol de la tarde. Desde aquí inmersos en un paisaje más propio de la tundra siberiana, sorteando neveros, hielo y sobre todo mucha agua, sólo nos quedaba descender a Isoba, no sin obsequiar a nuestros pobres pies y a nuestra culera un buen remojón al atravesar un arroyo más profundo de lo previsto, acelerando con ello la bajada al pueblo para poder cambiarse y entrar en calor.
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