mi visión de la montaña

Subir montañas es la osadía convertida en humildad, bajarlas es la osadía convertida en gratitud

domingo, 26 de julio de 2015

vuelta a la Cruz de Priena

Últimamente llevamos unas cuantas rutas cortas repetidas que no por ello aburridas ni mucho menos. Esta vez contando también en realizar un circuito para media jornada, sin embargo iba a ser nuevo para nosotros y además alrededor de uno de los sitios más históricos de Asturias  y también de España... Partimos del apacible pueblín de Corao (70 m.), cercano a Cangas de Onís. Por carretera vamos ascendiendo hasta alcanzar la iglesia de Abamia, lugar donde se enterró al famoso rey Pelayo, el cual dirigió la rebelión contra la invasión de los árabes, en la batalla de Covadonga, allá por el año 722 y que supondría el inicio de la llamada Reconquista.
La carretera se acaba en las últimas casas de El Cuetu Aleos (231 m.) para seguir después por una caleya muy pendiente de hormigón que se suaviza cuando pasa a ser de firme de tierra y grava.


Vamos ganando altura rápidamente, dejándose ver ya los bucólicos paisajes rurales de esta zona del concejo de Cangues d'Onís. Aunque el camino va salpicado de duros repechos, por suerte cortos, que nos obligan a poner todo el desarrollo. Después les sigue tramos llanos para poder coger aire y acometer la siguiente cuesta...


...y así sucesivamente hasta que nos topamos de frente con la Cruz de Priena, si bien teníamos que rodearla para buscar su acceso a través del lomo sureste.


Para ello continuamos por la pista por un cómodo toboganeo hasta el punto donde se la abandonamos para acercarnos a la cabaña de la Uporquera (540 m.). A partir de este punto no queda más remedio que seguir a pie tirando de la bici.


En 15 minustos alcanzábamos el collado del Pasero o Canto La Oración (606 m.), donde ya enfilaríamos la última parte hasta la cumbre. El paisaje cambia radicalmente con los agrestes montes que rodean Covadonga y sobre todo por Los Picos de Europa "que aparecen como una muralla mirando al sur.


Unos minutos después conectamos con lo que será nuestro camino de descenso y tras un par de zetas la pendiente nos permite de nuevo volver a subirnos en la bici. Ciclar estos últimos metros, resultó como poco llamativo por la sensación volada de esta modesta montaña que se asoma vertiginosamente sobre Covadonga.








Una vez arriba de la Cruz de Priena (722 m., que por cierto, curiosa coincidencia de la altura con el año de la batalla de Covadonga) no quedaba más que disfrutar del espléndido panorama. Una pena la calima que había ese día que no dejaba ver con nitidez el paisaje lejano aunque sí lo suficiente como para deleitarse con la vista de pájaro sobre Covadonga y su entorno.





Con las Peñas Santas de testigos nos lanzamos hacia lo que parecía el vacío, con el primer tramo de las zetas, rápido y divertido...quizás demasiado porque después el camino se transforma en sendero estrecho y algo trialero con una buena caída a Covadonga. Aún así, esa parte la recorrimos bastante deprisa o muy deprisa a tenor de la cara de espanto de los dos excursionistas, cuando nos cruzamos con ellos en la parte más volada. 


Más adelante cruzamos un precioso bosque siendo sin duda ésta la mejor parte del descenso. Sin embargo después el sendero se tornaba muy pedregoso por lo que costaba mucho domar a la bici con continuos "culeteos" que no permitían un descuido. Fue a partir de aquí cuando empecé a notar que fallaban los frenos porque no era capaz de aminorar lo suficiente en los tramos complicados. 


Y claro, como el sendero lejos de mejorar...llegó lo previsible y es que en un paso delicado no pude entrar por el sitio correcto y el trastazo se hizo inevitable...Aún así con suerte de no salir mal parado porque a parte de algún rasguño en la pierna y codo, no pasó a mayores la cosa porque de caer hacia el otro lado,...mejor ni pensarlo. Como le dije a Alberto, que siempre me recuerda lo útiles que son las protecciones, está claro que tiene que ser como el refrán: " la letra con sangre entra"....


Por otra parte, los frenos comenzaba a chirriar como un tren descarriado, más que nada porque me había quedado sin pastillas. si bien en ese momento no lo sabía, pero cuando llevé la bici a reparar, el mecánico bien alucinó al ver cómo estaba aquello.


Sin poder frenar gran cosa, el resto del descenso que seguía por un sendero con demasiada grava fue más un patinaje sobre piedras haciendo equilibrios para no caerse que otra cosa....


Mal que bien, conseguí llegar sin más incidentes abajo junto a la carretera comprobando que sobre los discos de freno podía literalmente cocinarse un buen filete de ternera a la plancha viendo la fumarea que salió cuando le eché agua para refrigerarlos, 


Además de la recalentura pudimos ver que el disco trasero estaba como un ocho debido a la caída anterior y acabé la ruta por la carretera metiendo más ruido que un afilador debido al roce continuo con el metal de las pastillas ya desaparecidas....

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