Rescato unas fotos escaneadas de una pequeña aventura express donde nos juntamos un montón de chiflados con ganas de rematar la temporada con la legendaria esquiada del Aneto. La propuesta no podía ser más tentadora ya que ninguno la habíamos hecho y a pesar de la panadera que nos esperaba para hacer todo en un sólo fin de semana, las ganas podían más. Así que con dos furgonetas de alquiler llenas hasta la bandera, partimos de Oviedo a las 7 de la tarde después de salir del curro.
Fuimos turnándonos conduciendo toda la noche de camino a los Pirineos, y yo que no conseguí pegar ojo durante el trayecto, me tocó el último turno con una conducción casi mística....hasta que a las 7 de la mañana aparco por las camperas de Llanos del Hospital (1.800 m.). Sin embargo todavía habría tiempo de volver a Benasque a desayunar mientras otros preferían dormir. Para entonces, por mi parte seguía despejado tras 24 horas despierto.
Fuimos turnándonos conduciendo toda la noche de camino a los Pirineos, y yo que no conseguí pegar ojo durante el trayecto, me tocó el último turno con una conducción casi mística....hasta que a las 7 de la mañana aparco por las camperas de Llanos del Hospital (1.800 m.). Sin embargo todavía habría tiempo de volver a Benasque a desayunar mientras otros preferían dormir. Para entonces, por mi parte seguía despejado tras 24 horas despierto.
Volvimos al punto de partida y ya preparados se nos presenta el primer contratiempo ya que la carreterina hasta el aparcamiento de arriba estaba todavía bloqueada por los restos de una avalancha antigua, así que nos tocó ir a pata con las botas de esquiar puestas los 3,5 km. Tras esta panadera que nos dejó los pies para el arrastre, continuamos ya por sendero hasta que por fin topamos con la ansiada nieve para poder calzar lis skis, camino del refugio de La Renclusa (2.100 m.), donde al llegar paramos a comer y descansar un rato. Antes de que nos venciera la pereza, reprendimos la marcha rumbo al paso del Portillón Superior bajo la muralla de la Maladeta. La interminable subida hizo que nos fuéramos disgregando en pequeños grupos, ya que el cansancio acumulado y la altura empezaban a pasar factura, así que con la suerte de ir con el grupo adelantado, paramos con la excusa de esperar el reagrupamiento de todos, pero sobre todo para aprovechar a descansar. Sin embargo lo que empezó como un descanso sentados en las mochilas, pasó a ser una siesta en toda regla con la esterilla extendida en la nieve, y yo por fin pude dormir a pierna suelta después después de 34 horas sin pegar ojo. Sobra decir que la sobada fue general y antológica. De las mejores que recuerdo en el monte....
Una vez reagrupado el pelotón continuamos ya juntos hasta llegar al paso del Portillón Superior (2.899 m.). Acordamos todos que era buen sitio para vivaquear, así que nos pusimos manos a la obra y a base de pala y piolet fuimos excavando y dando forma cada uno de los chiringuitos a gusto de consumidor. Aquello al final más bien parecía una promotora inmobiliaria construyendo una urbanización de chalets adosados. A pesar del cansancio se agradecía moverse porque el frío iba apretando cada vez más.
Cuando por fin terminamos, todavía quedaba hacer la cena. Dándole caña a los hornillos, logramos cocinar unas sopas calientes y unos "platos" de pasta que junto con una buena dosis final de chocolates valieron para recargar las pilas. Pero de lo que más ganas había era sin duda el poder tumbarse de una vez tras un día interminable.
Toño, un servidor y Jandro, muertos de frío
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Cuando por fin terminamos, todavía quedaba hacer la cena. Dándole caña a los hornillos, logramos cocinar unas sopas calientes y unos "platos" de pasta que junto con una buena dosis final de chocolates valieron para recargar las pilas. Pero de lo que más ganas había era sin duda el poder tumbarse de una vez tras un día interminable.
Aunque fuera mediados de mayo, allí arriba la noche fue invernal y bajo cero. Además con el viento que se había levantado agudizó la sensación de frío, por lo que sin dudar nos metimos bien vestidos al saco.
Amaneció con tiempo revuelto, nublado y bastante viento todavía. El material estaba como el cartón con una buena capa de hielo. Como la cresta de Los Portillones nos hacía sombra el desayuno fue más que rápido porque no se paraba de frío. Recogimos todo rápidamente y para arriba. Al poco, tras un corto descenso ya estábamos foqueando por el glaciar del Aneto rumbo al collado Coronas (3.201 m.) un poco a ojo porque seguía cubierto con niebla. Por suerte al poco de llegar al collado empezó a despejar y pudimos ver lo que nos restaba. De esos últimos 200 m. bien me acordaba de cuando lo subí en verano hace años, que mejor hacerlos con mucha calma que la altura se deja sentir guapamente y con el mochilón que llevamos no estamos para sobre esfuerzos.
con Damián y Toño sentados en la cruz de cumbre |
Arriba en la antecumbre aprovechamos rápidamente a cruzar el famoso paso de Mahoma para evitar las aglomeraciones de toda la gente que venía subiendo y por fin coronamos el punto más alto de los Pirineos (3.404 m.), que nos regaló buenas vistas al mejorar definitivamente el tiempo. De vuelta a la antecumbre donde dejamos los skis llegaba la hora de la verdad. Lo que estábamos esperando después de tantas penurias. El largo descenso por el glaciar del Aneto hasta el Plan de Aiguallust, 1.400 m. más abajo.
Cascada de Aiguallust |
Toño, se lanzó rápidamente con su característico aullido de guerra mientras los demás todavía decidíamos por donde empezar en un espacio tan grande, pero ante tal provocación nos lanzamos tras él antes de que no nos quedara nada de nieve sin estrenar.
Catamos todo tipo de nieves pero sobre todo nieve fresca y profunda y también algo pesada que nos machacó las piernas, aunque los menos afortunados que de vez en cuando caían sufrieron lo que era aún peor...levantarse con los mochilones porque incluso al parar y echarse a descansar, el volver a levantarse requería todo un ejercicio de alterofilia.
La bajada cundió porque si que es larga, pero todo se acaba y de nuevo tocaba patear hasta al aparcamiento. Menos mal que dos del grupo consiguieron que les bajasen en coche para subir las furgonetas ya que el día anterior habían limpiado la nieve que cerraba la carretera.
Molidos pero contentos paramos a comer y beber unas buenas cervezas en Benasque antes de retomar el largo camino a casa y cerrar así un fin de semana exprimido como pocos que recuerde.
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