mi visión de la montaña

Subir montañas es la osadía convertida en humildad, bajarlas es la osadía convertida en gratitud

viernes, 2 de abril de 1993

Sufrida ida y vuelta a la vega de Urriellu

No recuerdo ya el año, puede que fuera en 1993, pero sí estoy seguro que era empezando el mes de abril, cuando una vez más después de planear aventuras montañeras en las sidrerías de Oviedo. Finalmente sólo Toño y yo nos animamos a concretar planes para subir a la vega Urriellu y realizar invernales clásicas como el corredor NE del Neverón o el corredor de las Balas.
Como un fin de semana daba para poco tratándose de una expedición invernal a Los Picos, el viernes por la noche ya estábamos conduciendo por las estrecheces del cañón del Cares y el desfiladero de la Hermida. Cuando llegamos a Fuente Dé el cielo estaba completamente estrellado aunque con una temperatura demasiado templada para la época. De hecho pronosticaban un viento SE cálido pero confiábamos en que con un cielo tan despejado pudiera xelar algo en altura.
Dormimos como pudimos en el coche y al día siguiente cogimos el primer viaje del teleférico que nos dejaba en el Cable dispuestos a llegar rápido a la vega de Urriellu y si acaso ecaramarnos por algún corredor  cercano...pero en la montaña no siempre "el querer hacer algo" va de la mano con "el poderlo hacer..." porque tras los primeros pasos en la nieve enterrándonos hasta la rodilla dejaban claro que nuestras  expectativas eran poco realistas y en cambio se nos presentaba una jornada dura y larga. Subiendo penosamente hacia los Jorcaos Rojos, no pocas veces nos llegamos a hundir hasta la cintura y sumando a ello una mochila con sus generosos 20 kilos resultaba más difícil y costoso dar más de un paso seguido sin hundirte. Durante las innumerables pausas obligadas por el tremendo desgaste, me acuerdo ver pasar los esquiadores que entrenaban para la competición de la Copa Régil de esquí de montaña, o mejor dicho, lo que veíamos a la altura de nuestros ojos eran las botas de los esquiadores. Recuerdo bien ese momento en el que al igual que la famosa Escarlata O´hara, agarrado a la nieve me prometí también que la próxima travesía invernal sería sobre esquíes.
Finalmente y más a arrastras que caminando llegamos a los Jorcaos Rojos donde paramos a comer y reponer energías. Para entonces el objetivo del día había cambiado radicalmente...ahora  no era más que llegar al refugio de Urriellu a tiempo para cenar. El tiempo se mantenía bueno y estable, pero continuaba demasiado templado. De hecho, vimos algunos aludes dejándose caer lentamente por los Picos de Arenizas. Las condiciones de la nieve en las vertientes soleadas eran malas y en la vertiente norte mostraba una pequeña costra helada pero bajo ella tampoco estaba como para relajarse. El siempre delicado descenso hacia el jou de Los Boches empezando por la travesía lateral mixta de nieve roca y hielo por suerte no nos dio mucha guerra y después la gran pala inclinada hasta el fondo del jou la hicimos lo más rápido posible, porque esta zona es propensa a los aludes.
Llegamos abajo sin contratiempos y continuamos hacia el jou Sin Tierre admirando la bravura de los picos que nos rodeaban verificando el tópico tan utilizado de lo pequeño que se siente uno entre tanta grandeza.
La nieve en esta vertiente presentaba una ligera mejoría en su consistencia, lo suficiente para que lo agradecieran nuestras sufridas piernas.
Unas 9 horas después de agotadora travesía,  logramos cumplir nuestro nuevo y humilde objetivo de llegar a tiempo a cenar al refugio bajo la imponente mole del mítico Picu Urriellu. Cenamos como lobos hambrientos y después parra la cama de cabeza.
Amaneciendo al día siguiente me despierta el aullido del viento que arrastraba la nieve helada contra la ventana de la habitación. Una vez más, nuestro plan B de poder escalar algún corredor  por la mañana antes de regresar se iba al traste por la cambiante y caprichosa meteorología característica de los Picos de Europa.
Desayunamos bien y conversando con el guarda no nos augura un fácil regreso ya que hay una surada de libro con viento huracanado y el cielo cubriéndose con negros nubarrones. Así que no perdemos más tiempo y partimos no sin antes dar un peligroso patinazo sobre el hielo transparente que se había formado al pie de la puerta del refugio. Increíble, porque sabiendo que abajo en los valles debía haber casi 20°C con este viento cálido del sur, aquí arriba el viento es frío de narices, tanto como para congelar el agua del deshielo en pocos minutos.
Por suerte, el viento tambièn había compactado más la nieve y la progresión fue relativamente cómoda entre los tenebrosos aullidos del viento azotando las paredes de los Picos. Sin embargo, al asomarnos a la Garganta del Jou Sin Tierre, que es un como embudo orientado al sur, salimos los dos despedidos hacia atrás como muñecos de paja golpeados por una ráfaga de viento salvaje que nos hizo ir a cuatro patas buscando un lugar al resguardo del viento. Esperando los intervalos de calma, proseguimos atravesando el Jou Sin Tierre hasta el Jou de los Boches no sin tener que anclarnos de vez en cuando a la nieve para no salir disparados como antes.
Bajo la muralla norte de los Jorcaos Rojos agradecimos estar por fin al resguardo del vendaval y pudimos subir hasta arriba sin dificultad y sin necesidad de encordarnos en la parte mixta final.
Fue a partir de entonces donde los recuerdos se fueron grabando a fuego, porque lo primero que me sorprendió al doblar esta horcada y echar una mirada al frente en dirección sur, fue contemplar un cielo tan negro y compacto como nunca la había visto antes, que se acentuaba más con el contraste de la blancura de los picos nevados. Cuando Toño llegó hasta mi posición, nuestra cara nos delataba. En menuda ratonera acabábamos de caer...Se empezaban a escuchar los primeros truenos lejanos y dudamos en si subir al cercano refugio de Cabaña Verónica o bajar disparados hacia el Cable con la esperanza de llegar antes que descargara la tormenta.
El cansancio acumulado nos hizo declinarnos por descender rápido, pero la pésima calidad de la nieve en esta vertiente nos lastraba otra vez. Mientras, la  tormenta avanzaba implacablemente aunque tenía la esperanza de que igual tendríamos suerte y podría pasar de refilón hacia Peña Vieja. Sin embargo, unos minutos después vemos caer un rayo sobre el pararrayos de El Cable con un estruendo tremendo y Toño sugiere que nos desprendamos de las mochilas porque con toda la ferralla que llevamos somos dos estupendos pararrayos. Antes de que le dijera que igual esperamos a ver por donde tira la tormenta definitivamente, veo caer  otro rayo sobre la misma nieve, en el camino de la Vueltona todavía por debajo de nosotros, restallando el trueno al mismo tiempo. Ya no había dudas de que venía directa hacia nosotros cuando de repente delante de mí no veo más que la luz de un gran fogonazo a la vez que oigo una gran explosión y seguidamente yo espatarrado y aturdido en el suelo. Fue todo uno desabrochar las mochilas, lanzarlas ladera abajo por la nieve y ponerse a excavar un hueco sobre la ladera que estábamos descendiendo.
Afortunadamente había leído recientemente un artículo que explicaba lo que hay que hacer en casos así, y  resumiendo, lo mejor es ponerse en un sitio a media ladera de  tal manera que no formes ningún saliente sobre el relieve. 
Con la nieve fue fácil aplicarlo, excavando un poco en la ladera y acurrucados nos preparamos para lo peor... y así fue, el cielo literalmente cayó sobre nosotros preocupados por tener todavía el mosquetón y el ocho en nuestro arnés. No era de extrañar porque fueron 20 interminables minutos que estuvimos allí aguantando la tormenta a la que se le había sumado el granizo, el viento y la nieve, acordándome perfectamente del fuerte olor a ozono y los pelos de todas las partes de mi cuerpo erizándose. Había tanta electricidad estática en el ambiente y sobre nosotros que estaba seguro de poder encender una bombilla con sólo tocarla. 
El ruido atronador no dejaba oir nuestros lamentos. Parecía que estaban rompiendo los Picos a cañonazos. Desde luego que nunca había sentido tanto miedo, estaba convencido de que teníamos todos los boletos para que nos friera un rayo.
Por fin la tormenta nos liberó y pudimos levantarnos para recoger las mochilas. Sin perder ni un segundo continuamos intentando correr pero con la nieve tan blanda se hacía imposible. Pasamos por la Vueltona y cuando ya parecía que todo había pasado, el cielo vuelve a enegrecerse...y maldiciendo con un sentimiento amargo de impotencia, volvemos a tirar las mochilas y a esperar resignados el siguiente envite. 
A esas alturas ya estábamos quemados física y anímicamente...habíamos librado una pero dos ya parecía demasiado. Por suerte aunque fue intensa, también fue breve, con lo que aliviados seguimos caminando como zombies hasta por fin alcanzar la estación superior del teleférico ubicada en el Cable. Me sentía totalmente fundido con síntomas de hipotermia ya que la ropa que llevaba había dejado de ser impermeable hacia muchas horas.
Un turista me preguntó de donde veníamos así de machacados y cuando me giré para indicarle, me sorprendió casi tanto como al él la negrura del cielo que había sobre los Jorcaos Rojos y el Tesorero.
La bajada en el teleférico fue también movidita, pero ya poco nos importaba después de lo pasado y éramos los únicos que no nos inmutábamos mientras caían relámpagos alrededor de la cabina entre los gritos ahogados de los turistas que iban muertos de miedo.
Tardé todo el viaje de vuelta a casa en entrar en calor y el pobre Toño tuvo que aguantar conduciendo con la calefacción del coche a tope, a pesar de que abajo hacía hasta calor.
Dos o tres semanas después volvimos a Urriellu Toño y yo para desquitarnos, pero por el camino normal desde Pandébano. Ya habíamos aprendido la lección...Pudimos escalar los corredores pendientes y el guarda todavía se acordaba de nosotros por la famosa tormenta, ya que en Urriellu por lo visto  había sido tan violenta como la que habíamos sufrido nosotros. Había estado muy preocupado todo el día pensando acertadamente que nos había pillado de lleno y si habíamos logrado llegar al teleférico de una pieza.
En fin, desde aquella espero que se cumpla eso de una y no más....santo Tomás


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